Ya no se trata simplemente de algoritmos que ayuden a tomar decisiones a las máquinas. Los dilemas relativos a coches, trenes autónomos, robots militares o aeronaves no tripuladas son ya clásicos. Ahora de lo que se trata es de llegar un paso más allá y dotar a las máquinas de derechos y deberes éticos.

¿Te acuerdas de Wall-e? Probablemente uno de los robots que más ternura ha despertado en nosotros, con permiso de Cortocircuito –tirando un poco de la memoria–. ¿Y por qué nos despertaba ternura? Porque se parecía a nosotros. Sentía nostalgia, era torpe, se enamoraba, tenía ideales… Aunque tuviera tuercas en lugar de tendones, Wall-e pensaba, sentía y razonaba. Y así es como nos imaginamos los robots del futuro. No como máquinas sin sentimientos, que actúan dentro de los límites que les marcan sus programaciones, sino como seres parecidos a nosotros, con capacidad de pensar y actuar según unas ideas propias, con una ética que tenemos que enseñarles.

Se hace difícil pensar que esto llegue fácilmente a ser una realidad cuando piensas el trabajo que nos cuesta ponernos de acuerdo en unos mínimos éticos como sociedad. Pero precisamente por eso puede ser un proceso que nos haga crecer, aunque todavía nos suene a ciencia ficción que un robot tenga un software de ética implantado. Porque nos va a obligar a ponernos de acuerdo en qué principios queremos transmitir, cuáles creemos que constituyen el mínimo imprescindible, cuáles son parte del máximo de gratuidad, qué consideramos más importante para el fondo de alguien, en definitiva.

Y llegar a esta clase de acuerdo, por lo menos a mí, me suena a más ciencia ficción que el hecho de que podamos enseñar una ética a la inteligencia artificial. Porque el problema no es técnico. Resolver la parte técnica ya se ha convertido en cuestión de tiempo y recursos invertidos. Es resolver el fondo de lo que hacemos y queremos vivir. Y eso no depende de los recursos, de la eficiencia ni de que pase el tiempo. Depende de nuestra capacidad de discernir lo importante, lo irrenunciable, lo que nos lanza al futuro.

Estos debates sobre otorgar derechos y deberes a los robots podemos verlos como curiosidad, como frikismo, podemos plantearnos su falta de necesidad… y pasar de puntillas sobre ellos. O podemos tomárnoslos como algo realmente serio, que afecta a qué límites y horizontes nos ponemos como sociedad y que nos permiten crecer, no sólo técnicamente.

Te puede interesar