Recientemente, la alcaldesa de París ha anunciado que dejará la red social X –lo que anteriormente era Twitter, y que la mayoría lo seguimos llamando así–. Entre su argumentario aparecen problemas como la violencia emergente, la irrupción de potencias extranjeras, la propagación de bulos y el peligro para las democracias entre otros muchos riesgos. Algo que no sorprende pero que al mismo tiempo llama la atención, pues en Francia siempre se ha hecho bandera de una particular visión de la libertad de expresión –sobre todo en asuntos aún más peliagudos que este–.
Más allá de la afinidad o no con la alcaldesa francoespañola, está claro que la verdad y la riqueza del pensamiento están en peligro, atacadas por la ira de la opinión pública –y anónima al mismo tiempo– y del interés económico y político de los algoritmos. Y es evidente también que las democracias del siglo XXI tendrán que bregar con las redes sociales, capaces de viralizar opiniones y mentiras, y buscar la verdad y la justicia en el mundo de las emociones y de la post verdad, donde tan bien se mueven los populismos. Un reto tan difícil como necesario e inquietante.
Sin embargo, creo que las reacciones como esta –legítimas y respetables, por otra parte– no pueden abocarnos a un dilema de estar o no estar en las redes sociales, pese a que muchos lo hayamos pensado en más de una vez. Hay otra pregunta que debemos hacernos a nivel personal: ¿cómo queremos estar –en las redes sociales y en el mundo– sabiendo que a veces te pueden dar por todos los lados, e incluso si no son los mejores lugares? ¿Qué actitud hay que tomar sabiendo que en ocasiones hay espacios que tienen más de guerra que de diálogo profundo y sereno? ¿Cómo convivimos con el que piensa distinto? ¿Podemos ser luz en el caos y constructores en el tiempo de la deconstrucción? ¿La huida es una respuesta? ¿Cómo estamos en las fronteras? Ya sabemos cómo funciona el algoritmo y qué despiertan en nosotros las redes, pero es obvio que no todas las formas de estar son iguales y que donde nos la jugamos, sobre todo, es en el modo de estar y de ubicarnos en la realidad que a cada uno nos toca vivir, aunque no sea fácil.
No se trata sólo de estar o no estar, se trata también de cómo queremos estar.