Corres de un lado para otro como si te fuera la vida en ello; quieres gritar a voz en cuello que ya basta; eres cómplice de mil y una penitencias con tal de encontrar eso que andas buscando: una ansiada independencia que parece que nunca llega, aun cuando crees acariciarla con los dedos.
Pero te has enredado. No tienes casi capacidad de maniobra y te sueñas en islas desiertas o bosques apartados. Sentarse en la calma de la orilla te hace notar con más fuerza el peso de lo que te ata y no terminas de ver la solución. No siempre es así, pero encuentras enganches a mil cosas en las que nunca creíste, pendiente de las miradas de personas que no conoces y sin hablar por no posicionarte. Parece que prácticamente nada de lo que hagas hará que salgas a flote.
Sin saber cómo, aunque todos los carteles con los que te cruzas parezcan llevarte de vuelta a ti mismo, te descubres esperando algo que, por fin, no eres tú. No sabes de dónde ha salido, pero está ahí. Puede que haya sido el cansancio o que la lucha haya abierto las barreras. Estás esperando un espíritu que haga vivas aquellas palabras que quieres escuchar como el primer día, que anuncian una libertad diferente, sin engaños de idealidad… Una mano tendida que tire con fuerza y te diga: «deja todas esas redes y sígueme».