Uno de los principios de la Mecánica Cuántica es el entrelazamiento. Este viene a decir que «los objetos cuánticos pueden afectarse mutuamente de manera instantánea a través de distancias enormes». Esto significa que, si yo altero alguna característica de un electrón aquí, automáticamente otro electrón situado a una distancia considerable se verá afectado por esta alteración, alterándose (valga la redundancia) a sí mismo. Algo así como eso que llamamos «efecto mariposa».
Nos puede parecer más ciencia-ficción que otra cosa, pero ciertamente es así y está demostrado científicamente. De todas maneras, no creo que resulte difícil de creer, pues a otros niveles no científicos eso ocurre. ¿O acaso no has notado que, si tú cambias tu percepción de las cosas a una postura más amable, todo a tu alrededor se torna más bonito, más esperanzador? ¿No notas que, cuando piensas en positivo, lo positivo te rodea? Y también, al contrario: si uno va con el nubarrón del mal rollo encima (como en los dibujos animados), realmente todo lo que percibe, vive y procesa en su interior va en consonancia con el dolor o el enfado que lleva a cuestas.
Para mí esto del entrelazamiento tiene mucho que ver con el poder de la oración. Rezar no es solo hablar con Quien sabemos que está ahí, esperándonos y escuchándonos (¡y eso ya es mucho!). Rezar también es un acto de parar y hacer silencio, ahondar en uno mismo y en el misterio de la vida, sabiéndonos acompañado y guiados por Aquel que nos ha tendido la mano para ello. Rezar es una manera de extender nuestras raíces a todo aquello que acontece a nuestro alrededor, sentir el mundo, hacernos conscientes de ello y confrontarlo con nosotros mismos. Cuando uno reza, siente una expansión de la mente y el corazón, abriéndose a un misterio que está presente pero que requiere de nuestra disposición, silencio y apertura para percibirlo. Es entonces cuando ocurre la conexión: nos sentimos parte activa y viva de un todo mucho más grande que nosotros, del que tenemos la responsabilidad de cuidar.
Creo firmemente que quien reza, no reza solo para sí. Algo ocurre en sí mismo que trasciende, que altera para bien el entorno de una manera sutil pero efectiva, en el silencio de la rutina y el ronroneo de las horas al pasar. No se trata de algo espectacular, tipo apertura del Mar Rojo (como muchos esperamos que ocurra cuando rezamos o, mejor dicho, cuando pedimos en la oración). Es algo más progresivo, más sereno, más suave, porque ocurre gracias a la confianza en Dios, que sabe qué hacer con lo que le hablamos y pensamos junto a Él, sin dejar de contar con nuestra colaboración y nuestra humanidad.
Recuerdo unas palabras de Fernando Savater acerca del placer de la lectura que terminaban diciendo: «Salir de la angustia leyendo, volver a ella por la misma puerta. En cosas así consiste la perdición de la lectura. Quien la probó, lo sabe». Aplíquese esto también a la oración.