El ojo cristalino de un jaguar me observa desde la marquesina del autobús. No hubiera reparado en la campaña publicitaria de no haber leído la leyenda que acompaña la cara de mujer que se va transformando poco a poco en la del felino: “En mi próxima vida seré un jaguar”. 

Y, sin embargo, no se trata de ninguna soflama explícita a favor de la metempsícosis o transmigración de las almas, sino de incluir un legado solidario en el testamento para donar después de muerto en favor de una prestigiosa organización medioambiental. 

Desde luego, llama la atención. Y desconcierta que la misma sociedad laicista que esconde los mensajes de la tradición religiosa mayoritaria, abrace abiertamente los de doctrinas filosóficas extrañas al pensamiento occidental. Pero quizá de eso se trate, de que el espectador enarque las cejas y se pregunte. 

Así que ya puestos, ahí va: ¿qué quieres ser en la otra vida? Porque hay otra vida después de esta, por si no te lo has planteado. Al menos, esa es el meollo de la fe cristiana. Y se puede elegir -hasta cierto punto- si pasarla en el frío glacial del alma solitaria o disfrutando del gozo de contemplar el rostro de Dios para siempre. 

No sé si en la vida que viene después de esta seré santo, aunque corro la carrera en pos del premio. Todo lo dejo a la misericordia de quien es Padre providente y amoroso. ¡Mucho mejor ser santo a ser un jaguar o un lince, dónde va a parar! 

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