Hay frases con las que te encuentras sin buscarlo y que te dejan más huella de la que pensabas.

En los inviernos de mi adolescencia, solía quedar con mis amigas en una cafetería que tenía un futbolín bien baratito y que nos permitía estar mucho tiempo jugando. Por supuesto muchas veces estaba ocupado y nos tocaba esperar mientras charlábamos y nos tomábamos algo. Como es habitual en estos lugares, en las paredes había carteles, publicidad variada y tenía una especie de tablón de anuncios donde la gente ponía lo que quería. Y allí me la encontré. Una frase que me hizo pensar entonces y de la que me he acordado en muchas ocasiones años después.

«El secreto de la felicidad está en
tener algo que hacer,
alguien a quien amar
y algo por lo que esperar»

Luego averigüé que la frase, levemente distinta pero con el mismo sentido, era de Thomas Chalmers, ministro presbiteriano, teólogo, escritor…
Yo, católica, ni siquiera sabía si estaba bien leer cosas de este señor, o si era bueno que aquella frase me estuviese dando tanto en que pensar… pero aquí sigue conmigo.
Reaparece cuando estoy inquieta porque sé que la pereza está ganando terreno disfrazada con mil excusas.
Reaparece cuando miro hacia dentro y veo que estoy más pendiente de mí que de querer bien a los otros.
Reaparece cuando me descubro feliz, con pequeñas cosas que dan sentido a lo que vivo.
Y es cuando menos curioso aunque no sorprendente, que haya vuelto a aparecer en pleno Adviento.
Porque este Adviento me quiere traer algo que yo, y muchos a mi alrededor necesitamos mucho, este año si cabe más que nunca.
La ESPERANZA.

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