Muchas veces me hubiera gustado conocer, tener una imagen de un Dios más concreto, algo así como la imagen de Dios como tienda de campaña, en donde puedes refugiarte, donde puedes encontrarte a gusto, resguardarte, o de un Dios Mp3, al cual puedes escuchar con solo darle al play, y podría seguir poniendo ejemplos, el Dios flexo que ilumina tu día a día, el Dios tóner que escribe en la hoja de tu vida…Pero el Dios con el que yo me encuentro es muy distinto.
Hace unos meses uno de mis amigos hizo que me leyera «Relato de un náufrago» de Gabriel García Márquez, en ese naufragio espiritual que puede ser el estudio de la filosofía, la lectura provocó que comenzara a nombrar el Dios con el que ahora me encuentro.
Un Dios como ese mar donde se nos pierde la vista, un Dios que nunca esta estático, que viene y se va dejando huella en la tierra. Momentos de calma de una paz intensa que parece durar toda la vida, momentos que comienzan siendo descanso y terminan en hastío, y tiempos de tempestad profunda que lo revuelve todo, siendo capaz de romper las seguridades de los buques mejor diseñados, que provocan profundo miedo pero que ponen en marcha el bote.
Un mar cuyo susurro es constante, lo que hace que corramos el peligro de que nos acostumbremos y lo dejemos de escuchar.
Un Mar cuyas profundidades temes y en donde nunca llevas las riendas. Donde en ocasiones remas incansablemente y sin sentido para alcanzarlo y no te das cuenta que estas navegando sobre Él.
Un agua que no podemos agarrar, que aunque salada, endulza nuestra vida formando parte de nuestro ser.