El papa Francisco, apasionado del fútbol y seguidor del club argentino San Lorenzo de Almagro, ha dejado un legado deportivo profundamente humano y evangélico. Desde el inicio de su pontificado, destacó que el deporte es una escuela de vida y santidad, capaz de cultivar virtudes como la humildad, la solidaridad y el trabajo en equipo. Para él, el deporte refleja la visión cristiana de comunidad: nadie avanza solo, todos son necesarios.
Además de su dimensión personal, Francisco subrayó el valor social del deporte como instrumento de integración, cohesión y paz. En el Congreso “Deporte para Todos” (2022), animó a vivir el deporte como “puente”, como oportunidad de encuentro entre culturas y pueblos, superando toda forma de exclusión.
El Papa también resaltó la fuerza del deporte como lenguaje universal, capaz de trascender fronteras y fomentar el diálogo, especialmente entre los jóvenes. En este sentido, lo consideró un terreno fértil para sembrar valores evangélicos.
Un aspecto clave de su mensaje fue la defensa de la centralidad de la persona. Frente al individualismo y el culto al éxito, Francisco recordó que el deportista no es un objeto, sino una persona que debe ser cuidada, respetada y acompañada en su desarrollo integral. Un eje fundamental de su mensaje fue la defensa de la dignidad de la persona en el deporte, denunciando ese individualismo que acaba generando una “cultura del descarte”. Para Francisco, el deporte es verdadero cuando promueve la integridad y reivindica la dignidad de cada deportista.
Finalmente, Francisco promovió un deporte inclusivo, atento a los más débiles, en el que todos, todos y todos puedan participar, como reflejo del estilo de Jesús. Así, su legado nos invita a promover un deporte que humaniza, une y evangeliza, recordándonos que más allá de la victoria, lo esencial es el crecimiento humano y espiritual de cada persona.
Foto: DAI KUROKAWA / EFE