Estos días le toca a los sanitarios y a los enfermos celebrar su Jubileo, justo unas semanas después de temer por la salud del papa Francisco. Curiosamente, celebran juntos y unidos por la enfermedad que el dolor siempre puede ser un lugar lleno de esperanza y de encuentro con Dios.
La enfermedad llega, aunque el mundo crea maquillarla, porque es condición del ser humano, no lo olvidemos. Y la enfermedad nos acerca a Dios porque nos vuelve limitados -y nos lo recuerda de improviso-, y por tanto nos abre a una realidad que nos desborda. Nos obliga a ser más humildes para reconocer que solos no podemos.
A su vez también nos insiste que cada vida humana cuenta a los ojos de Dios, porque todos tenemos una dignidad infinita, y eso, hoy más que nunca, resulta algo profético. Pero también la enfermedad nos abre a la incertidumbre del futuro, del no saber qué vendrá, pues tampoco todo depende de la ciencia -aunque sea la mejor aliada-. Nos conduce a una tierra nueva y nos une más a las personas movidas por la compasión entre tanto dolor compartido, aspirando siempre a la vida eterna.
Y es así como, paso a paso, la enfermedad, si bien no es deseable, se puede convertir en un lugar de encuentro con Dios. Ojalá los enfermos y los sanitarios lo vivan con esperanza y alegría, para que hagan de cada cama de hospital un sagrario donde poder encontrarse con Dios, amando, sirviendo y sanando.