Un dramático episodio empaña la alegría de las fiestas navideñas: la matanza de los Santos Inocentes. Según el relato del Evangelio de san Mateo (Mt 2, 1-18), el rey Herodes les pidió a los Magos de Oriente que, cuando encontraran al Niño, se lo comunicaran porque tenía intención de ir a adorarle. En realidad, era una cínica estratagema puesto que su auténtico objetivo era deshacerse de un posible rival mientras no podía defenderse. Sin embargo, los Magos, alertados a través de un sueño, hicieron caso omiso de las indicaciones del monarca y regresaron por un camino alternativo. El rey, al sentirse burlado, se enfureció y ordenó la ejecución de todos recién nacidos de Belén.

Este asesinato de inocentes no es un caso aislado. Por desgracia, la historia de la humanidad carga con esta pesada lacra incluso en nuestros días. Sin embargo, en el contexto bíblico, este relato nos evoca otro genocidio: la orden del faraón de arrojar a los niños israelitas al río Nilo (Ex 1, 22).

Ahora bien, en la matanza de los Santos Inocentes se cambian las tornas. Los judíos, víctimas en el Éxodo, se convierten en los verdugos. El genocida es el propio rey de Judea. Y Egipto, el país antaño opresor, se abre como tierra de refugio a donde José, junto con María, huyen para poner a salvo a su hijo.

En ocasiones, asociamos la crueldad y la barbarie a los otros. La maldad parece ser un elemento constitutivo de su identidad. En cambio, nosotros, desde la autocondescendencia, nos arrogamos de una inmerecida superioridad ética. Nuestro pueblo, comunidad o movimiento social se considera exento del menor atisbo de mal. Y, en caso de producirse algún desafortunado incidente, se justifica alegando que es en aras de un bien mayor.

Arrastramos una concepción tribal del mundo. Solemos autoerigirnos como un grupo especial con pretensiones mesiánicas y, al partir de una concepción dualista de la existencia, atribuimos los defectos más execrables a los que son diferentes.

La masacre de Belén nos interpela a defender la dignidad de los más vulnerables y a superar los prejuicios respecto a los integrantes de otros colectivos.

 

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PastoralSJ
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