En la Wikipedia encontramos que ‘coaching’, un anglicismo que procede del verbo inglés to coach, (entrenar) es «un método que consiste en acompañar, instruir y formar a una persona o a un grupo de ellas, con el objetivo de conseguir alguna meta o de desarrollar habilidades específicas. […] En el proceso de coaching interactúan dos personas; uno es el ‘coach’, que es la persona que instruye, forma o guía a la persona que está siendo orientada para mejorar en el desempeño de sus funciones (mentor o quien transmite el conocimiento). El otro es el ‘coachee’, que es quien recibe los conocimientos y las competencias que necesita para mejorar en su vida profesional».
 
Pues vamos a empezar mi proceso de coaching. Lo primero, elegir a mi coach; y quién mejor que Dios. Empiezo este proceso porque necesito que me acompañe, me instruya, me entrene con el objetivo de desarrollar todo mi ser.
 
En este proceso el maestro tiene que comprometerse a colaborar conmigo, a establecer unos objetivos y diseñar un plan de acción… y en esto Dios encaja perfectamente, porque  Dios siempre está ahí dispuesto («Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo…») esperando que acepte desarrollar ese plan que tiene para mí y animándome a dar pasos.
 
Por ahora todo va encajando… seguimos. Este proceso necesita una serie de encuentros entre el coach y el coachee para conseguir la finalidad y acompañar a la persona en su aprendizaje. Pues resulta que esos encuentros que necesitamos pueden ser los ratos de oración y en especial en la lectura de la palabra donde Dios me va acompañando («El Señor transforma el desierto en estanques y el erial en manantiales» (Sal 107)… esto se pone interesante.
 
En la efectividad del proceso influye el tipo de relación que se establezca y se requiere que esté basada en la confianza entre ambos participantes, de este modo el coach puede ser, no solo maestro, sino también un consultor que le ayude a innovar en los procedimientos. En esto, Dios se entrega totalmente, Él siempre está dispuesto, cuidando nuestra relación, esperando que me decida, sin apurarme, respetando mis tiempos… y siempre invitándome a que cree mi realidad, a que desarrolle mi don, a hacerme cuestionar si edifico mi vida sobre roca o sobre arena,… («Cada uno según el don que ha recibido…»). Pues esto ya parece que va teniendo miga…
 
Por último coach debe tener un conocimiento profundo del puesto de trabajo desarrollado y de la forma en que este puesto se relaciona con los objetivos de la organización. Asimismo, ha de disponer de habilidad para comunicar, debe desear y ser capaz de compartir su información con el aprendiz y estar dispuesto a tomarse el tiempo que requiere este esfuerzo. Aquí no hay duda «Señor: tú me sondeas y me conoces…» y estás siempre dispuesto. Si tuviera whatssap, Dios estaría siempre en línea para mí. Él cada día a través de su Palabra, de sus encuentros en la oración, me habla, me insinúa, me cuestiona, me descoloca, me serena…
 
Por todo ello, hoy se me invita a hacer de Dios el mejor coach. Dejar que me acompañe, me ayude a crecer y me lleve a alcanzar un objetivo final: desarrollar mi don. ¿Dónde hay que firmar?
 

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