En el Evangelio tienen un lugar muy especial los pasajes en que Jesús habla del Reino de Dios. En cierto sentido, el Reino de Dios es Dios mismo. Jesús habla de cómo actúa Dios, trayendo ejemplos visibles de cosas que Él ha creado, y en las que trabaja en lo cotidiano. Por ejemplo, suele aludir a las plantas en sus parábolas. La semilla de mostaza, que crece hasta convertirse en un árbol (Mt 4, 30-32); el hombre que sembró en un campo (Mc 4, 26-29), y la planta crecía mientras él dormía; el trigo y la cizaña (Mc 13, 24 y ss.), el sembrador (Mt 13, 3 y ss).
La imagen de las plantas es interesante. Por ejemplo, un árbol, tiene un tronco grande; de él salen algunas ramas que se parecen a él, pero más pequeñas. Y esta figura se repite, surgiendo cada vez ramas más pequeñas, hasta que surgen las hojas. Con esto, el árbol consigue recoger la luz del sol en una gran superficie, y al mismo tiempo pasa por ellas el aire, pare realizar la fotosíntesis.
Pero además, bajo la tierra, las raíces tienen una forma parecida. Éstas se van ramificando hasta ocupar gran parte del espacio que hay bajo tierra. Con estas el árbol se agarra al suelo, y al mismo tiempo las raíces llegan a cada rincón para poder captar los nutrientes del suelo.
La forma de árbol se puede encontrar en otros ámbitos. Por ejemplo, en las venas u los nervios de nuestro propio cuerpo, que se ramifican para poder cubrir cada zona. También podemos encontrarlo en realidades menos inmediatas, como la descendencia de una pareja a lo largo de varias generaciones.
En las últimas décadas, se ha desarrollado incluso una rama de las matemáticas que estudia estos objetos. Se llama la geometría fractal, y estudia las estructuras que son ‘auto-semejantes’, es decir que a medida que nos acercamos, se parecen a lo que veíamos a una escala mayor (como las pequeñas ramas que surgen de otra más grande y se parecen a ellas), y describe objetos como los cristales de nieve o las costas marítimas.
Sin duda, la imagen del árbol evoca a Dios, porque sugiere la vida. Pero el detalle de la semejanza le da una luz nueva a esta imagen. Después de todo, el Génesis nos dice que Dios creó al ser humano «a su imagen y semejanza». Reconocer las semejanzas entre nosotros, desvela nuestro origen común, y viceversa; descubrir aquello que Dios ha puesto en mí, que brota de Él y es semejante a Él, me hace reconocer y descubrirme unido con mis prójimos, con mis semejantes.