“El año que viene ¿qué?” Estoy en quinto de carrera, y esta pregunta, planteada de mil maneras, surge casi a diario en mi clase. El final de la universidad es uno de los momentos en la vida de cambios, cruce de caminos, también de cruce de vidas y elección de sueños. Apasionante. Pero me sorprenden las reacciones de mis compañeros. A muchos les da auténtico miedo; a otros, pereza. “Hasta ahora han pensado por mí”, me dice José. “No tengo ni idea de qué hacer, no me gusta nada”, oigo que le cuenta Leo a Julia. A otros, estas cosas no les preocupan. Sus vidas les vienen dadas, y el año que viene estarán en una multinacional trabajando 12 horas y ganando mucho dinero. Siempre han dando los pasos que se esperaba de ellos.

A mí me encanta suscitar estos diálogos, aunque a algunos les incomode. Pero no me interesa si el año que viene Álvaro se va a Australia, Rosa a Alemania o Isa hará oposiciones, sino qué clase de hombres o mujeres van a ser, cómo van a desarrollar su profesión (en nuestro caso ingenieros, pero valdría para cualquiera), por quién van a trabajar, cuál es el motivo profundo que les mueve. Para muchos es tentador un sueldo suculento recién terminada la universidad, pero la cuestión es, como dice Ángel, “si merece la pena matarme a currar para que los dueños de una empresa, que ya son muy ricos, ganen más dinero”. Sobre todo porque en algún momento nos vamos a preguntar qué estamos haciendo con nuestra vida, qué sentido tiene lo que hacemos, y sería muy triste no tener respuesta.

A veces me desespero al comprobar cómo gastamos demasiada energía en cosas que pasan sin dejar rastro. En tantas cosas que no nos dejan tiempo para lo esencial. Sin embargo, veo que algunos, a raíz de una enfermedad, una experiencia en el tercer mundo o unos días de retiro consiguen parar, tocar hondo y tomar las riendas de sus vidas. Y me pregunto cómo podemos ayudarnos a encontrar nuestro lugar en el mundo. Cuando escribo esto no sé dónde estaré el curso que viene, ni qué estaré haciendo. Y no me da igual. Pero lo que tengo claro es que la mejor manera de plantear la cuestión del futuro es preguntarme dónde y cómo podré mejor servir en mi vida a Dios, encarnado en mis hermanos y hermanas, con la certeza (nunca terminada de digerir) de que la felicidad está en dar la vida.

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