Hace unos pocos días me cree una cuenta de TikTok para intentar acercar a los jóvenes el mensaje del Evangelio. Llevaba tiempo dándole vueltas en la oración a ese versículo en el que Jesús pide a Pedro: Duc in altum. Y esto, acompañado de una serie de reuniones en las que reflexionamos sobre el tema, me hizo lanzarme mar adentro para probar en el mundo de las redes, pese a que por dentro pensara que llevaba toda la noche echando las redes en Facebook, Instagram y YouTube, sin haber pescado nada.
Reconozco que me siento abrumado y perdido en este mundillo de TikTok (no sé si porque a mi generación ya le queda grande o porque siempre he sido un viejoven). Me resulta difícil imaginar cómo poder traducir la Buena Noticia de Jesucristo en vídeos cortos en los que prima lo visual sobre el discurso, y como poder llegar así a jóvenes poco acostumbrados a escuchar, sabiendo que la mayoría de ellos deslizarán su dedo hacia arriba al escuchar tan solo las primeras palabras de un sacerdote que les habla. Sí, lo confieso, creo que a pesar de todo, no estoy acertando con el modo y me va a resultar muy difícil tratar de transmitir palabras de Vida en lugar de chorradas.
Pero, con todo, lo cierto es que TikTok me ha ayudado a acercarme a muchos de los jóvenes con los que trabajo y convivo de manera presencial. Algo que parece paradójico, puesto que mi intención era llegar a los que estaban más lejos, y ahora, estoy llegando a aquellos que están cerca. Uno de estos chavales me contaba cómo TikTok es una red que le está exigiendo una profunda disciplina personal para poder así lograr su objetivo de ser un influencer. Debe publicar al menos dos vídeos a la semana, para así poder ganar los likes necesarios que le permitan mantenerse en la cresta de la ola. Metafóricamente me decía que para él las redes se habían convertido en algo que le aprisionaba y agobiaba, puesto que muchos días no tenía nada que decir o publicar, pero sabía que debía hacerlo.
Todo esto me ha hecho reflexionar sobre lo afortunados que somos los cristianos al no tener que anunciarnos a nosotros mismos, sino a Jesucristo y su Evangelio. Puesto que, puede que no sepamos cómo empezar o cómo hacerlo, pero lo cierto es que no nos faltará el mensaje. Y, pese a que el peligro de enredarnos esté ahí, el verdadero comunicador cristiano sabe que las redes no son para aprisionar, sino para lanzar lejos, hacia las profundidades del mar y así poder pescar una gran redada de peces. Duc in altum!