Que conste que a mi Djokovic no me cae tan mal. Es un excelente jugador y unos de los mejores tenistas de la historia, y tiene sus malas reacciones –como la mayoría de los deportistas– y contradicciones y comportamientos no ejemplares –como la mayoría de las personas–, pero no pretende ser ejemplo de nada y solo busca ganar –como la mayoría de los profesionales–. Y yo –como la mayoría de los españoles– prefiero a Rafa Nadal por motivos diversos, pero principalmente porque le considero uno de los míos –así de simple y objetivo soy–. Pero no estamos aquí para comparar unos con otros ni para hablar del tenista mallorquín.

El caso es que el serbio está atrapado en Australia y se ha montado pardísima, con lío diplomático incluido y con Twitter ardiendo para variar. Para los antivacunas es un escándalo, una injusticia y un mártir del sistema y para los pro vacunas –donde yo me incluyo– es un pequeño ajuste de cuentas por querer pasarse de listo y no querer cumplir la ley. Y es aquí donde quiero ir: Djokovic se ha llevado un baño de realidad. Porque les pasa a muchos artistas, deportistas, políticos y famosos de turno que les gusta posicionarse, mostrar que son fieles a sus convicciones, compasivos o reaccionarios dependiendo el caso y de paso se convierten en profetas de alguna causa perdida pero muy mediática. Sin embargo es muy fácil ser profeta cuando eres rico, sano y famoso y a ti no te va a pasar absolutamente nada. Pero cuántos como él juegan a la ruleta rusa por un poco de atención en su entorno, cuántos como él se olvidan del bien común por «defender» su propia libertad y cuántos como él han sido inconscientemente cómplices de la irresponsabilidad que se lleva por delante a los que no son ni ricos, ni sanos, ni famosos. Y esto no se reduce al covid y las antivacunas, hay otras tantas causas de un signo y del otro que para algunos es un juego de ricos y para otros una cuestión de vida o muerte.

Esto quedará en una anécdota, en unos cuantos titulares y alargará el argumentario de todos y cada uno de sus detractores –y al revés, de sus defensores también–. Sin embargo jamás será un escándalo. El escándalo es la gente que se queda enmarañada entre leyes, fronteras y países y no por opción o capricho como en este caso, más bien porque huyen de la muerte, de la guerra o del hambre. El escándalo es la gente que ve que sus vidas y sus problemas son utilizados por famosos y políticos de turno para llevarse votos o likes. El escándalo es que aún hoy en nuestra sociedad hay gente que hace trampas y sigue ganando una y otra vez en detrimento del que hace bien su trabajo y presenta sus papeles a tiempo. El escándalo es la gente que muere ahora mismo en los hospitales de muchos países debido a una ola engordada por gente que no se quiso vacunar.

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