Con el tiempo me he convertido en una fan devota de las «pequeñas cosas»: momentos entrañables, detalles que pueden pasar desapercibidos, gestos esporádicos, rincones que descubres en tu caminar diario, una mirada, un olor… He llegado a la conclusión de que los grandes hitos y acontecimientos de nuestras vidas los recordamos y celebramos; pero las pequeñas cosas las arropamos como quien arropa a un bebé que deseamos que no crezca nunca.
No así me pasa con los compromisos. Para mí, o son grandes, o no sirven ni demuestran nada. La vara de medir que uso en este punto es una vara de hierro de precisión casi enfermiza que da siempre “error”: nunca soy lo suficientemente buena, lo suficientemente valiente o, sobre todo, lo suficientemente comprometida. Va a ser que en esto de ser cristiana también existe el “síndrome del impostor”.
¿Cuánto es estar “muy comprometido”? ¿De qué magnitud deben ser esos compromisos para que tu cristianismo esté “validado”? ¿Cómo se tasan? ¿Y quién los tasa? Porque seguro que Dios no…Entonces, ¿qué hago yo con la vara de medir a cuestas?
Si algo tienen las preguntas es que te empujan a buscar respuestas. Y aunque una nunca está muy segura de nada, sí me empieza a encajar la idea de que no es la magnitud del compromiso lo que cuenta. De nada sirve irte a la otra parte del mundo a hacer grandes misiones si el corazón no lo tienes puesto en Dios y en contentarle. Sin embargo, llevar a cabo con responsabilidad tu trabajo de cada día, cuidar de los tuyos, hacer pequeñas renuncias que sabes que son necesarias… todo eso sí puede convertirse en un compromiso de los grandes, porque en él solo estás buscando devolver amor al Amor. Puede que esté plagiando a Pablo y sus palabras (<<si no tengo amor…>>). Pero es cierto que una no escarmienta en cabeza ajena, y solo lo que se vive es lo que se entiende.
Así que, cuando me da por sacar el metro para empezar a tomar medidas, siempre vuelvo a la idea de que no existen ni “mini” ni “mega” compromisos: existe solo el corazón deseoso de entregarse, agradecido por el amor recibido y contagiado del mismo. Entonces me pasa con los «pequeños compromisos» lo que me pasa con las «pequeñas cosas»: que me sacan una sonrisa y me confirman que sí, que la vida va por ahí.