Cuántas romerías, procesiones, novenas, rosarios, cánticos, misas se han ofrecido en honor a María durante estos días del mes de mayo que llega a su ocaso.

Más allá de tradiciones hay algo íntimo unido a María, desde la basílica más importante hasta una pequeña ermita en un pequeño y remoto pueblo, da igual si se trata de una bella imagen gótica, románica, o un cuadro olvidado en un lateral de un altar, es la devoción profunda y sincera a la Madre. Es la devoción del pueblo de Dios, pueblo sencillo a su amada Madre. ¿Y qué quieren que les diga? A mi modesto parecer es uno de los pilares de la Iglesia. La devoción sencilla y la velada oración a la Madre… sin entrar en el debate teológico, puesto que no tengo conocimiento ni es el fondo o el propósito de mi escrito.

Me queda el pensamiento de la cantidad de personas que depositan su confianza y su corazón en la Madre: sus anhelos, deseos, oraciones, plegarias, gracias, dones… eso es la mística de una devoción popular que sustenta y soporta como un pilar a la propia Iglesia…

Como reza el título de una canción popular del mese de mayo: Venid y vamos todos… Pensemos en cuántas personas  vienen y van para rezar a la Madre, con una fe que es más fuerte que muchos debates teológicos. Con devoción más firme que las murallas de Jericó. En silencio, desde la contemplación y en cualquier parte: en un cuarto, en la cocina,  en los quehaceres, en el trabajo, en esos pequeños y bellos altares de iglesias y ermitas, en esos santuarios marianos repartidos por nuestra geografía. Todas esas oraciones, plegarias, acciones de gracia, lágrimas, sonrisas cómplices, ¿qué creen? ¿que quedan en saco roto? Todas llegan a Nuestro Padre Dios porque María las sigue guardando y meditando en su corazón celestial.

 

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