Una buena amiga mía, aventurera laica, dice que ha sentido el deseo de ir a poner un granito de arena en medio de tanto escombro. Tiene ya unos cuantos años, pero eso no ha sido impedimento. Está en Alepo. En medio de la masacre y de la destrucción. Ella dice que ha sentido una llamada de Dios…
Las imágenes de la ruina nos recuerda el mal que el hombre puede llegar a hacer. El mal que, desde el corazón y la entraña, puede habitar todo, destruyendo masivamente. Quizás lo menos importante, aunque no desvaloricemos nada de lo material, sean las casas y los muros. En medio de tanto ladrillo bombardeado, se encuentra la destrucción de lo más importante: la humanidad. Hombres y mujeres destrozados, no sólo muertos y víctimas, sino destruidos en lo más esencial. En el amor, la esperanza y la fe.
El profeta Nehemías, en primera persona, pide al rey ser enviado a re-construir la muralla… y eso me provoca una profunda pregunta ante tanta destrucción, ¿puedo ser yo también enviado a re-construir? Quizás no tanto murallas de piedra, pero sí vidas, sí esperanzas, sí ilusiones en medio de un mundo que parece que valora más la defensa de lo propio que el bien común.
Sentirnos enviados a reconstruir se alienta, cuando somos capaces de percibir en medio de tanto dolor y vida derrumbada, un atisbo de luz. Nehemías, no sólo le pide materiales para re-construir, sino manos que lo posibiliten. Pensemos por un momento, si yo tuviera que pedir, ¿qué me gustaría? Contar con manos que sepan sumar en generosidad y humildad, con corazones que sepan ser misericordiosos y pobres, cuerpos cálidos donde poder apoyar la cabeza para descansar y entrañas vivas, capaces de generar vida.
No escurramos el bulto, cada uno de nosotros, puede ser perfectamente el profeta Nehemías. Cada uno puede re-construir en medio de donde habita. No podemos mirar para otro lado y olvidarnos, que la humanidad llora en búsqueda de nuevas piedras con las que construir un mundo mejor.