Por si tu hijo, tu prima o tu hermano pequeño hacen la comunión en fechas próximas
Ilusión, temor, alegría, expectación, y un deseo enorme de convertir la Primera Comunión en un día inolvidable, forman parte del conglomerado de sentimientos que niños y padres experimentan las semanas previas a la celebración sacramental. No es fácil ‘mantener el tipo’ ante los reclamos de la publicidad, las exigencias familiares y la asombrosa laicización de los ritos cristianos.
Diez verbos pueden ponernos en la pista para recuperar nuestro mejor ánimo:
ESPERAR. No dejarse bloquear por el barullo del día de la celebración. La Primera Comunión es comienzo, no es final… Ir más allá del instante es fundamental.
UNIR. Crear ambiente de unión y no de división será el mejor modo de “dar cuerpo” a lo que es central en ese día: la común-unión.
CONVIVIR. Caer en la cuenta de que las celebraciones son momentos de encuentro (padres e hijos, hermanos, abuelos, amigos…). Mejor con-vivir que conformarse con sobre-vivir.
ALEGRARSE. Para que la alegría (la propia y la de los demás) no se esfume es imprescindible poner más los ojos en Dios que en nuestros deseos, gustos y a veces mezquindades.
RECORDAR. Preparar algún detalle personal que sea auténtico ‘recordatorio’ del encuentro que el niño/a ha tenido con Dios. No olvidar que el protagonismo les corresponde a ellos.
INTENSIFICAR. Incrementar los momentos en los que compartir con el niño/a confidencias, oraciones y conversaciones sobre la experiencia de Dios.
SIMPLIFICAR. Convertirse en ‘contrapunto’ de los mensajes que incitan al consumo de inevitables y absurdos regalos. La simplicidad no es llamativa pero, a la larga, es agradecida. Hacer que el día sea ‘sencillamente distinto’.
TRANSMITIR. Comunicar la propia fe es el mejor regalo. Es una buena ocasión para mostrar que la experiencia de la comunión transforma cada día y no se acaba en la primera.
INTERIORIZAR. Detener la mirada en lo verdaderamente significativo. Hacer balance del día con el niño/a destacando lo más importante.
AGRADECER. Participar totalmente del cuerpo y la sangre del Señor es motivo más que suficiente para alabar y agradecer a Dios su generosa invitación a formar parte de Él. Eucaristía significa ‘acción de gracias’.