Mi nombre es Emilia. Tengo 50 años. Soy madre, compañera, masajista, cantante… depende del momento, incluso a veces, casi todo a la vez.
Me miro al espejo y me reconozco (más o menos…). Echo la vista atrás y veo un camino recorrido que ni acertaba a imaginarme intentando por entonces, hace ya diez años, cambiar de profesión, reinventarme, con dos hijos pequeños y muchos quebraderos de cabeza.
A ese ‘yo’ de hace 10 años, le diría que mantenga la esperanza, la pasión de fondo, que perservere. Que todo llega si mantienes la fe en lo importante. Le diría que merece la pena (o la alegría…) seguir buscando, aunque a veces vivir la fe en solitario sea duro, aunque, como mujer-madre-en paro, te dé la sensación de no salir siempre de los mismos temas: casa-niños-colegio y poco más. Le diría que en realidad, lo que haces es invertir en futuro: el futuro de tus hijos y el tuyo propio, porque nada de lo que vives cae en saco roto. Le haría entender que cuando dude, siga buscando, que en algún momento volverá a encontrar su lugar. El que le complementa, aquel en el que realmente se ES. Le aseguraría que es posible reinventarse, tanto profesional, como personalmente (con más motivo aún. Siempre…).
A mi yo más joven le diría que las desilusiones existen (a veces con cierta insistencia), pero los nuevos proyectos también. Esos en los que embarcarte con gente a la que quieres (los de siempre y los que la Vida te ha colocado en el camino para que descubras que aún tienes cosas que hacer y decir), con los que seguir aportando vida a los años y pelear por dejar las cosas, aunque sólo sea un poquito, mejor de lo que te las encontraste.
Me diría que hay (habrá) momentos de dolor. Intenso a veces. Pero no faltarán personas en las que apoyarte, a las que apoyar. Que aun en esos días, precisamente en esos días, tus convicciones y tu fe son las que hacen que sigas creyendo que hay motivos para la esperanza, incluso en medio de las dudas (Dios tiene la costumbre de no apartarse de tu lado). Me recordaría que el dolor compartido es más llevadero, al igual que las alegrías compartidas se multiplican. Que, como dice un amigo, «tenemos la obligación de ser mejores que los que nos preceden, porque tenemos su herencia. Ahora hay que mejorarla». Y en ello estás compañera, en ello estamos…