Muchas veces me he preguntado cómo podría darse eso que mucha gente ha predicho de que «el péndulo» va y también vuelve, eso de que algún día llegaría el momento de que él solo alcanzase ese punto de inflexión y retorno. Y sigo esperando una respuesta, pero no una respuesta basada en las leyes de la física, que ya sé que un péndulo simple va y viene, para volver a empezar otra vez. He escuchado que esto ocurre en la historia, en el planeta y en las personas.

Sin embargo me he hartado de ver cómo algunas personas han tenido siempre el péndulo en el extremo del dolor, de la mala suerte, del sufrimiento y de la pérdida más absoluta de todo. También me cansa hoy en día ver cómo el planeta se pierde, se reduce a una cosa de la que aprovecharse y a una Tierra que no valoramos y que ya no tiene muchas fuerzas. Hasta ahora, todo pesimismo.

Y por sorpresa, sin previo aviso, desde hace un par de semanas me ronda la imagen de un péndulo gigante que en su punto más alejado empieza a volver, es decir cambia radicalmente de sentido y se acerca de nuevo lentamente a su posición de equilibrio. Probablemente por mi desconocimiento, nunca me habría imaginado que un virus pudiese poner al planeta patas arriba y en tal situación de tensión, de parón, de lucha y de impotencia. Aunque también y puede que sorprendentemente, de sentido, de cierta justicia, de unidad y de otro tipo de encuentros.

En los últimos días se ha estado hablando y escribiendo mucho de esto y puede que todos en algún momento nos hayamos parado por unos segundos, por unos minutos o incluso por más tiempo a reflexionarlo. Puede que hayamos tomado un poco de conciencia de cómo hay vasos que se llenan cuando menos lo esperamos y de cómo la vida tiene sus mecanismos de cambio y de conseguir hacer tambalear las grandes estructuras a las que nadie se atreve a toser.

Es como cuando de niños pasábamos de golpe de la carcajada al llanto para, en unos segundos, volver a reír con fuerza. Me recuerda a esto porque, a pesar de los modelos y predicciones, hay una multitud de aspectos tremendamente impredecibles e importantes para tantos millones de personas que cambian cada día, a veces con cierto albedrío. Pero este sentimiento de fragilidad, este sentir que nos movemos caminando sobre una cuerda no debe bloquearnos ni desesperarnos, sino ser energía para dar un paso más. No parece sencillo aunque sea muy cristiano.

Por eso es tiempo de esperanza. La esperanza tiene mucho de inquietud, de falta de seguridad y de parar el ritmo de los pies para dejar paso al corazón. Es tiempo de soñar, sin dejar de vivir el presente con sus circunstancias. Soñemos que los tiempos de la duda y la limitación pasarán, busquemos nuevos caminos sabiendo que los que estamos recorriendo dejan nuestro corazón más libre de capas y condicionamientos, y más cercano al Dios de la Vida. Me parece estar viviendo un Cuaresvento, mitad Cuaresma y mitad Adviento. No me crea ningún conflicto, siempre hemos dicho que la cuna y la cruz de Jesús están estrechamente ligadas y entre ellas más cerca de lo que creemos. En esta ocasión Dios acompaña, al mismo tiempo, como en la propia vida, el renacimiento y la muerte, la novedad y la verdad profunda de lo que somos. Ánimo y buen tiempo de espera, quizá tú también te preguntes si ese péndulo existe y en qué posición está ahora mismo.

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