La gran mayoría de las cosas que nos suceden caen fuera del rango de lo que podemos controlar.

Otras tantas, tal vez una minoría en recurrencia, pero enorme en importancia, es totalmente nuestra responsabilidad y en algunos casos, culpa.

Entre esta minoría está lo que permitimos que entre a nuestro espacio vital y a nuestro sistema. Lo que ingerimos y consumimos que sabemos dañino. Lo que permitimos que nos reste paz. Lo que dejamos que nos afecte y nos altere. A todo lo que le damos poder sobre nosotros, nuestras vidas y nuestros estados de ánimo.

No me refiero a las cosas que intrínsecamente tienen importancia e inclusive, autoridad, sino a lo que le cedemos nosotros mismos ese poder. En particular el poder de juzgarnos y categorizarnos, poder que, no solo no merecen a quien se lo cedemos, sino que además, no merecemos nosotros mismos ponernos en esa situación.

La mercadotecnia, la presión por parte de nuestros semejantes, la moda, las costumbres; nos van dictando qué hacer, qué comer, cómo vestirnos, qué consumir y, tristemente, qué creer. Vamos con esto cediendo el poder sobre nuestras vidas a terceros.

Un ejemplo de cómo cedemos esta influencia se puede apreciar afuera de los bares y «antros» de moda, donde jóvenes (y no tan jóvenes) se colocan a merced de desconocidos empoderados para ser juzgados y sumariamente sentenciados a ingresar o bien quedarse fuera, mientras que a otros se les permite la entrada.

Como una ofrenda, regalamos a los cadeneros* el poder de decidir si somos lo suficientemente buenos. Si somos dignos de agraciar sus establecimientos. Haciendo uso de nuestra necesidad de pertenecer, se apoltronan en su posición, con criterios subjetivos, segregacionistas y totalmente alejados de la realidad en la que todos, incluyéndolos, estamos sumergidos.

Lo más triste es que voluntariamente nos sujetamos a este tipo de juicios sumarios, ya que lo único que tenemos que hacer es separarnos de la fuente de dolor. No ponernos en su línea de fuego y juicio. Evitarlos por completo.

Sepamos siempre que nuestro valor va más allá de una mera aprobación de gente que no conocemos y cuya opinión sobre nosotros no debería interesarnos. Vayamos más bien eliminando la separación y división que existe en la sociedad, en vez de fomentar estándares y cuotas creadas artificialmente y que solo perpetúan estilos de vida ya caducos.

 

* (Porteros en locales como discotecas)

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