Carnaval y San Valentín, dos fiestas que pisan este mes con fuerza y protagonismo, y a las que se les concede un espacio importante, consumista y muy diferente a su posible origen. De manera resumida, el carnaval (del latín carnem levare: quitar la carne), según algunas tradiciones antiguas, era la ocasión para celebrar juntos y comer carne antes de empezar la Cuaresma, y San Valentín fue aquel sacerdote romano del siglo III que se dice que en tiempos de Claudio II casaba a las parejas cristianas en secreto.
En medio de todo esto, la Cuaresma se abre paso de manera suave y silenciosa. De nuevo, la Iglesia nos invita a cuidar tres aspectos: la oración, la limosna y el ayuno. Claves que, a menudo, nos terminan cansando o normalizamos como un eslogan más de este tiempo. Pues sí, es más de lo mismo, pero podemos aprender a mirarlo con otros ojos y abrirnos al sentido que nos acerca a Dios y nos cambia por dentro.
La Cuaresma se podría resumir en que «menos es más»: reducir/eliminar lo que abunda en nuestra vida (la carne y otros muchos ayunos personales), cuidar el tiempo dedicado al Señor (oración) y el servicio al prójimo a través de múltiples maneras y gestos (limosna). En resumen, yo me voy haciendo pequeño para que Dios se haga grande en mí. En mi opinión, no se trata del sacrificio por el sacrificio, sino de caer en la cuenta de que ofreciendo mi pequeñez y abriéndome a los demás me encontraré con el Señor que quiere cambiar mi corazón. Por un tiempo, vivir en estas claves nos recuerda que el menos nos lleva al Más.
Que el ruido de los carnavales y de San Valentín no nublen lo que realmente vamos a iniciar como cristianos: un camino de conversión, de movimiento interno y de encuentro con el verdadero Amor que quiso entregarlo todo por nosotros. Él también eligió ser menos para que nosotros seamos más.