La RAE define el término cuarentena como «aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a personas o animales». Estos últimos días ‘cuarentena’ forma parte de nuestro vocabulario…ay, el coronavirus, y su omnipresencia en los medios.

Aunque a priori la cuarentena y la Cuaresma no tendrían por qué confundirse, más allá de la referencia al tiempo y a la reclusión, podemos caer en la trampa de vivir la Cuaresma como si de una cuarentena se tratara: un tiempo de especial recogimiento en el que ‘curarnos’ de las enfermedades que nos sacuden durante el frenético tiempo ordinario; un tiempo en el que mirarnos a nosotros mismos y examinar profundamente nuestros “virus”; un no contagiar ni dejarnos contagiar por los demás…

Y nada de todo eso es malo en sí mismo. Es bueno examinarse, parar, hacerse propósitos, reconducirse… Pero corremos tres grandes riesgos. El primero es que el ‘ayuno y oración’ de la Cuaresma nos acabe aislando en cuarentena porque nos convierta en conocedores de nuestra extrema vulnerabilidad y, creyéndonos con motivo para pedir la baja laboral indefinida, nos retiremos de la partida. Es el pesimista que piensa que, haga lo que haga, se va a contagiar. El segundo es que la ‘limosna’ dure lo que nos dure la fiebre y se nos olvide en cuanto nos desaparezcan los síntomas, junto al primer canto de aleluya. Es el que exige que lo aíslen, pero cuenta hasta los minutos para volver a hacer la misma vida de antes. Y el tercero y más peligroso de todos, es que el que cree que su cura depende exclusivamente de él, de su actitud frente a la enfermedad y rechaza toda aportación que provenga de fuera de sus convicciones. Es como aquel que, pese a que han dicho hasta la saciedad que la mascarilla no sirve de nada, sabe más que el rebaño, y desafía a la gente yendo a trabajar con su mascarilla.

Si la cuarentena es prevención, la Cuaresma es preparación a la Pascua. Experimentamos nuestra debilidad, nos sabemos enfermos crónicos y que Dios es nuestro único médico. Sólo Él puede salvarnos. No podemos curarnos a nosotros mismos por muy grandes que sean nuestros esfuerzos, ni tendría sentido aislarnos perpetuamente del mundo para huir de la tentación de caer en el mal.

La Cuaresma es un tiempo para hacernos conscientes de nuestros virus, combatirlos y agradecer que Dios cuente con ellos y actúa a través de ellos. Sólo Dios puede salvarnos, es cierto. Pero necesita que le dejemos que nos salve para poder hacerlo, desde la perspectiva adecuada. Ni abatimiento, ni cumplimiento estricto, ni superioridad. Sólo, con confianza, deja que Él actúe.

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