Me siento cual guerrera preparada para la batalla, vistiendo armadura y yelmo, pero sin enemigo a la vista. Y es que, imagina la situación: nosotros enfundados en los monos, que completamos con el kit de mascarilla, pantalla y guantes. Sin embargo nos encontramos un campo de batalla vacío, una sala de espera ‘covid’ a la que, en el último tiempo, apenas acuden pacientes. Pero ahí estás, con tus armas preparadas para cuando aceche el enemigo.

No, no se pueden bajar las defensas. No se puede olvidar la prudencia. Pero yo me digo: deja de esperar lo peor. Deja de profetizar calamidades. Deja de augurar un nuevo cataclismo. Porque no sé a ti, pero a mí me hace perder la energía y la esperanza, cuando dejo a esa parte de mi cabeza que continuamente me esté diciendo «hoy está muy tranquila la cosa, pero cuando se dé el repunte…». Y ahí sigo, pulxiosímetro en mano rondando la urgencia.

He visto muchos pacientes en este tiempo. No he sido una de las sanitarias contagiadas; mi test serológico ha sido negativo, y está claro que no soy inmune. Y no lo soy porque me ha afectado mirar cara a cara, prácticamente cada día, al sufrimiento que causa la enfermedad vivida en soledad, o el no poder acompañar a los que quieres; la incertidumbre, el miedo, la muerte… No, no soy inmune a lo que vive la persona que tengo delante, frágil, vulnerable.

Sé lo que este bicho puede llegar a hacer, y la velocidad en los casos virulentos. He sido consciente de cómo se reía de nosotros en nuestra propia cara. Enemigo que ha ido ganando posiciones sin darnos apenas cuenta. Y ahora que parece que somos nosotros quien le tenemos cercado, no quiero que nos vuelva a sorprender. Y no lo quiero porque en cada una de sus victorias hay rostros con nombres, historias de dolor, familias rotas.

Te cuento esto, porque quiero que me entiendas cuando digo que no quiero estar todo el día pensando en lo peor, no soy una inconsciente. Quiero vivir desde la responsabilidad y la prudencia, pero mirando un horizonte en el que parece que el sol va saliendo, que está teñido de esperanza, en el que nos aguardan los abrazos no dados. No le voy a dejar a este bicho que me haga vivir a la defensiva, atacando a unos y otros, criticando, mal pensando… Ya ha hecho suficiente mal.

¿Qué tal si dejamos las armas para los que tenemos que estar preparados, y en nuestro cotidiano elegimos «salvar la proposición ajena», vivir más reconciliados, más agradecidos…? Abandonar la batalla de la crítica continua malagüera, y anclarnos en la FE y la ESPERANZA.

Te puede interesar