Aparte del 1 y el 6 de enero, el 13 del mismo mes se conmemoró el Día Mundial de la lucha contra la Depresión. Por otra parte, el tercer lunes de enero (este año ha caído en 20) es el Día Más Triste del Año (Blue Monday), mientras que el 21 es el Día del Abrazo. ¡Ah! Tenemos también el 16 de enero, Día Internacional de la Croqueta. No olvidemos tampoco el 30, Día Escolar de la No Violencia y la Paz. Y ya casi tenemos ahí el 14 de febrero, Día de los Enamorados. El calendario está repletísimo de días conmemorativos.
En el pasar de esta vida acelerada, necesitamos tener un momento para conectarnos con lo que nos pasa o les pasa a otros: el día de la Depresión, para caer en la cuenta de que hay quien vive entre sombras y necesita decirlo; el del Abrazo, para evocar esos brazos en los que hemos sido estrechados; el Día de la Croqueta, para saborear esas “pequeñas y fugaces felicidades”…Y los días que no menciono: el Día del Árbol, para recrearnos en la belleza de nuestro planeta; el Día de la Lucha contra el Cáncer, para tener presente a los valientes que batallan día a día contra esta enfermedad; o el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza, para recordar que no debemos dejar a nadie atrás.
A veces pienso que esta retahíla de fechas son la excusa para acordarnos de cada persona, de cada regalo o cada negrura que la vida trae. Y en esa sarta de recordatorios, nos acompañamos, compartimos, celebramos… De alguna manera, nos consolamos unos a otros en el pasar del tiempo, recordando que no estamos solos; que, aunque seamos unos pocos, podemos sentirnos unidos al menos un día del año. Dicen que «mal de muchos, consuelo de tontos». Bah. Sea para quien sea, cuando sea, no dejemos nunca de celebrar, recordar, acompañar y consolar. Porque cada día tiene su afán.