Llevamos desde el miércoles pendientes de los gestos y detalles del papa Francisco: que viajaba en metro, se cocinaba él mismo, que fue a pagar, ya como Papa, la pensión donde estaba… Y aunque se le busquen episodios oscuros en el pasado y haya quienes digan que hay que esperar para saber cómo es, es evidente que a creyentes y no creyentes nos está impresionando su austeridad. Algo parecido pasa con Mujica, el presidente de Uruguay, cuyo estilo de vida sencillo despierta admiración incluso en quienes no comparten su ideología política.

Y como Francisco y Mujica todos conocemos personas que viven con simplicidad, agarrados a lo esencial y dejando a un lado lo superfluo: Antonio el cura de Salamanca; Julián, que vive en el campo; Lola, de la asociación de vecinos; Marta, la que se fue de voluntaria a Tanzania… Y qué curioso que cuando hablamos con ellos todos notamos que tienen algo especial: que no tienen mucha ropa pero no les falta esa alegría honda; que no tienen su propio coche pero sí tienen claro su lugar en el mundo; que no tienen smartphones pero sí muchas amistades profundas; no tienen planes de pensiones pero miran el futuro con esperanza; no van a restaurantes de moda pero sus comidas generan comunidad…

 

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