Todos sabían que la respuesta era «¡bieeeeen!». Así recibían los niños a los payasos de la tele, que saltaban al escenario del circo al grito de «¿Cómo están ustedeeees?». Sin duda es una forma educada de iniciar cualquier conversación, pero a poco que seamos honestos reconoceremos también que se trata de una pregunta exigente si se quiere responder con sinceridad. A veces un «bien» puede ser una respuesta esquiva cuando no tenemos ganas de hablar o no queremos ahondar en nuestro malestar. Otras veces, el silencio es respuesta y signo de que las cosas van mal. Si quien lo pregunta es un amigo, entonces solemos responder con más transparencia. Pero ¿qué ocurre cuando quien lo pregunta es un payaso? Los niños lo tenían claro, seguramente porque la presencia de aquellos hombres con grandes narices y vestidos rojos les alegraba realmente la vida y durante un tiempo hacían que todo fuese un poco más divertido.
Pero el payaso en el que ahora pienso es distinto. No viste con vestido rojo ni zapatones, ni tampoco lleva una de esas flores que escupen agua en la cara de los inocentes espectadores que se acercan para olerla. No, este viste de traje y, en vez de flor, lleva un revolver que dispara pólvora. Efectivamente, se trata del Joker, el hombre que da título a uno de los estrenos más esperados del año. Sin duda es el villano por antonomasia de la saga Batman, pero desde la perspectiva de la película dirigida por Todd Philips, este payaso tan alejado de los estereotipos quizás pueda enseñarnos un par de cosas sobre cómo responder al ¿cómo están ustedes? de sus colegas payasos.
Y es que algunos están cansados de tener que dar una respuesta programada a esa pregunta. Porque muchas veces, lo políticamente correcto va contra la sinceridad. Y es legítimo responder que no estás bien, sin tener que sentirte culpable por ello. Parafraseando una de las frases de la película, lo peor de estar mal es que la gente pretenda que te comportes como si no lo estuvieses. Dibujar una sonrisa cuando se está mal no tiene por qué ser la mejor de las opciones. Quizás lo sea alzar la voz, llorar, necesitar estar solo, dejarte acompañar… Porque todos tenemos nuestros problemas y van a seguir estando mientras los silenciemos. Y el Joker nos enseña los daños colaterales de callar nuestro malestar: el peligro de acumular tanta rabia hasta ser capaces de matar. Hay alternativas posibles: y es la de dar voz a nuestras penas. Y en eso reside la otra gran enseñanza de la película. La necesidad que todos tenemos de encontrar nuestra voz. Aquel modo de expresarnos que nos haga visibles, auténticos y únicos. Porque quien no tiene voz no cuenta, es invisible y despreciado. El Joker la busca de manera desesperada, pero las negativas de la sociedad a escucharle y su silencio forzoso no le permitirán hacer otra cosa que acabar gritando y usar su voz de manera violenta. Por eso quizás conviene que reflexionemos no solo sobre cómo es nuestra voz, sino sobre cómo es nuestra escucha y examinar cuántas veces podemos llegar a inhibir las voces de otros hasta apagarlas y enmudecerlas cuando no tengo tiempo o creo que mis problemas son más importantes que los del resto.
Expresar, dar voz y escuchar. No es poca cosa. Por todo ello, la próxima vez que alguien te pregunte cómo estás tal vez te merezca la pena detenerte unos segundos, pensar y solo entonces responder…