Es uno de esos momentos en los que te acuerdas dónde y con quién estabas. A mí me pilló en clase, en la facultad, me lo dijo mi compañero de al lado: «el Papa ha dimitido». Y mi reacción fue pensar que estaba de broma (una vez más). Era algo impensable, por el simple hecho de que no había pasado en los últimos siglos.
Sin embargo, pasó. Se cumplen los cinco años desde ese momento histórico. Mucho se ha escrito intentando analizar causas, consecuencias, impactos… pero poco hemos sabido realmente, más bien contemplamos, sorprendidos, el gesto de valentía y humildad que supone asumir las pocas fuerzas, renunciar, y dejar paso a otro. Desde entonces, después de protagonizar uno de los momentos más relevantes de la década, solo nos quedó el silencio. Benedicto XVI casi no ha hablado ni aparecido en estos años. Alguna foto, apariciones esporádicas, discretas, en alguna ceremonia en San Pedro… Algo de hacernos ver que su decisión implicaba un compromiso serio, una renuncia plena, con todas sus consecuencias. Cuántas veces nos vamos de un sitio, dejamos una actividad, un proyecto, pero seguimos bien pendientes de qué y cómo se está haciendo, quién ha cogido nuestro puesto, qué se cuece… Y él, al contrario. Seguro de que su momento ha pasado.
Últimamente el mismo Benedicto XVI ha reconocido que «sus fuerzas se apagan». Algo que también choca en un mundo en el que tenemos que parecer los más fuertes, en el que intentamos vivir buscando hacernos inmortales, que se nos recuerde y aplauda.
Quizás esta sea una de las grandes enseñanzas que hemos recibido estos cinco años de silencio de Benedicto XVI. Una invitación a no esconder nuestra debilidad, a no intentar cargar con lo que nos sobrepasa nosotros solos, a no buscar la apariencia de ser los más fuertes. Una invitación a reconocernos pequeños, necesitados. A reconocer que nuestra vida nos puede llegar a sobrepasar y solo no podemos en esos momentos. Y así, tal vez, caeremos en la cuenta de que no pasa nada por dar un paso atrás y dejar paso a otro. Porque lo importante no es lo que con nuestras fuerzas, podemos hacer, sino dónde nos sentimos llamados a desgastarnos.