España ha celebrado dos actos de homenaje a las víctimas y héroes de la crisis sanitaria más grande vivida en cien años.

En el primero, en la Catedral de la Almudena, la asistencia del rey Felipe, como Jefe del Estado, y de una representación de ministros, solo quedó deslucida por la no asistencia de algunas otras personalidades públicas. No pasa nada, el homenaje se hizo, fue bonito y representó a una parte importante de españoles que nos sentimos católicos.

En el segundo, en el patio de armas del Palacio Real de Madrid, observo con perplejidad ciertos comentarios airados que tachan de «aquelarre» esta ceremonia.

El ser humano necesita de símbolos. Antes de la era cristiana, ya existían las liturgias; muchas de ellas son una sucesión de símbolos que representan las ideas y valores que, como sociedad nos damos; después de la Cristiandad, también existirán las liturgias no cristianas. Es intrínsecamente natural vivir de símbolos. Las sociedades, en cuanto a tales, necesitamos de ellos. El acto conmemorativo ha sido respetuoso, cuidadoso, sobrio y, por qué no decirlo, bonito. Sin grandes parafernalias, pero muy sentido. Y ha recogido la sensibilidad de una sociedad unida en el dolor, el miedo, el sentimiento de pérdida… pero también en la esperanza que nos dice que saldremos de esta. Lo que nos toca es discutir cómo, pero no en el funeral.

Tachar de aquelarre, contubernio, macabro, masónico… a una ceremonia así, no tiene sentido. Es vivir en una época en la que todas las personas vivían según nuestros mismos parámetros. Y los que no, tenían que fingirlo.

El fuego es un símbolo universal de respeto. El fuego representa el hogar, pero también la muerte, que nos iguala a todos. El fuego, encendido perpetuamente, significa la pervivencia en nuestra memoria colectiva de los que mueren estos días y del choque emocional que nos ha supuesto como comunidad. El fuego alrededor del cual se han unido nuestros representantes ha sido la imagen de un país reunido en torno a una mesa común.

Algún día tendremos que asumir que la Cristiandad ya terminó. Que podemos y debemos exigir que nuestros símbolos se respeten, pero que habrá nuevos que incluyan tantas sensibilidades como nuestro mundo plural acoge. Más nos valdría reivindicar la presencia del cardenal Carlos Osoro y el Secretario de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, que han acompañado a nuestra sociedad en un acto que nos representa. Y nos representa porque, nos guste o no, vivimos aquí y ahora.

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