Ambos términos son sencillos de describir físicamente. Las distancias o no-distancias materiales son fácilmente medibles. Incluso Coco, en Barrio Sésamo, dedicaba parte de su tiempo a hacernos caer en la cuenta de cómo distinguirlos: “ahora estoy cerca,… ¡¡¡y ahora estoy lejos!!!” Cuando hablamos de cercanía, cuando hablamos de lejanía, nos tomamos a nosotros mismos como referencia, nuestro espacio, nuestro cuerpo,…
La experiencia es la que nos revela la complejidad que encierran palabras tan comunes, sobre todo cuando se refieren a distancias entre un tú y un yo, entre nosotros y vosotros, entre el Norte y el Sur y sus gentes,… más allá del aquí o el allí. Inevitablemente encuentro contradicciones entre las definiciones del diccionario y el día a día de las relaciones.
Y es que no deja de sorprenderme lo cerca que me siento de aquello que, a miles de kilómetros me sedujo el corazón,… Me resulta contradictorio que me inviten a alejarme de mí para de nuevo reencontrarme más cerca que nunca. Incluso Dios mismo me propone salir de mi tierra para hallar la felicidad,… Pero entonces, ¿será felicidad de cerca o de lejos? Esto me lleva a pensar que no está lejos lo que no está al alcance de la mano, sino lo que no está al alcance de la voluntad, del deseo. Podemos sentirnos lejos de nosotros mismos, aunque no podamos evitarnos; podemos sentirnos lejos de los otros, aunque nos rocemos y hasta nos choquemos; podemos sentirnos lejos de Dios por el mero hecho de no querer reconocerle al girar cada esquina.
Entiendo lejanía como indiferencia, frialdad, negación,… Me alejan las prisas, me aleja el miedo, la pereza, la desconfianza,… Me acerca el cariño. Bendita cercanía de las cartas del extranjero, de la vida entregada en crónicas, del recuerdo en la distancia, del sofá y de la butaca, y del deseo de encontrarse. Bendita contradicción…