¡Cuantas veces me acuerdo de mi experiencia del Camino de Santiago! ¿A ti también te pasa?

El Camino es austero y te hace preocuparte y ocuparte en cosas que te vienen dadas en la vida diaria por la rutina: un poco de chocolate para la fatiga, un almuerzo inolvidable en un bar, dónde vamos a dormir… cosas que te acercan al trabajo por cubrir las necesidades diarias y vitales; te acerca al mundo de los pobres. El Camino es un mundo de relaciones; relaciones libres porque no sabes si te encuentras con un director general, un yonqui, un cura, un cristiano, un vasco o una vasca; hablas de igual a igual, compartes tu alegría, tu conversación, tu ayuda; no hay prejuicios en el trato, ayudas y eres ayudado, cargas con la mochila de tu hermano que no puede, o le curas las ampollas; te acerca a las personas, sin barreras. El Camino es obsesivo-apasionante. Te centra en una única preocupación que es hacer la etapa, llegar a Santiago; sólo eso te acaba preocupando y te olvidas de tantas cosas otrora importantes, ahora accesorias (hasta de las evoluciones del Real Madrid, del móvil, del trabajo, de tu coche, de la cuenta corriente…); te da una meta que alcanzar y un horizonte que merece la pena. El Camino te pone en contacto contigo y te ayuda a conocerte (viaje interior). Sientes dolor que has de superar para seguir caminando, sientes cansancio y no te puedes parar… sientes tus límites físicos, pero a la vez como esos límites dan de sí hasta donde no te podías imaginar; nos acerca a nuestra capacidad de sufrimiento, pero también a nuestra capacidad de superación. El Camino, elijas la ruta que elijas, es Naturaleza con mayúscula. Ves unos paisajes naturales y humanos increíbles y en continua variación, entrando en comunión con la naturaleza de un modo que no es habitual en la vida urbana de la mayoría; nos acerca a nuestra capacidad de admiración y nos acerca a la creación. El Camino es la experiencia de una gran libertad por vía del desprendimiento (cosas, prejuicios, esclavitudes…) y ahí se abre la posibilidad de un encuentro con lo trascendente, con Dios; raro es que una persona haga ese camino exterior e interior y alce los ojos a lo alto, no se retire a orar, no dé gracias…

Todo esto se asemeja algo o mucho a aquellos caminantes de Emaús «¿no ardía nuestro corazón…?» Y te recuerda a la vida de aquel grupo de trece amigos que caminaban por Galilea con un tal Jesús a la cabeza. O a ese peregrino llamado Ignacio que surcó los caminos de Europa. Si el Camino marca, igual teníamos que ir más a las fuentes de ese gozo. ¿No hay también una llamada a tener una vida más austera, compartida, apasionada, natural, libre, trascendente, intensa, comprometida?

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