Para sorpresa de muchos y decepción de unos pocos, Estados Unidos anunciaba recientemente el acuerdo de paz entre Hamás y el Estado de Israel, aceptado por ambas partes sin demasiadas resistencias. Una noticia que, revestida de las precauciones obvias, nos ofrece un hilo de esperanza desde el cual poder amarrarnos y así finalizar una época que solo ha creado dolor, muerte y destrucción en Tierra Santa.
Quizás esta frágil paz nos pueda ayudar a pensar qué es realmente la paz, lo que cuesta llegar a ella y lo fácil que puede escurrirse. La Biblia la entiende de diversas formas: desde la misión de la humanidad hasta el anticipo del cielo, y desde el fruto de la justicia hasta su carácter de regalo de Dios; y, por supuesto, siempre con Jesús en el centro de todo. Seguramente, esta paz tan frágil como enrevesada tiene una gran parte de misterio que no comprendemos y convive entre infinitas imperfecciones, algún que otro interés velado y más de una contradicción —como son las cosas de Dios, que escribe en renglones torcidos—; pero, ante todo, estamos llamados a cuidarla, valorarla y conservarla, porque lo contrario ya lo conocemos una y otra vez: odio, muerte y destrucción.
La paz siempre, siempre y siempre es y será una buena noticia, y nos recuerda que lo aparentemente imposible quizá no lo sea tanto. Estamos llamados a apostar por ella desde la verdad, la justicia, el derecho y la defensa de la dignidad humana, porque no es un partido de fútbol donde unos ganan y otros pierden, sino un reto para toda la humanidad, confiando en que Dios nunca nos abandona.