En su Ángelus de ayer domingo, el Papa Francisco lanzaba unas potentes palabras a propósito del alto al fuego en Gaza. En ellas afirmaba que «tanto los israelíes como los palestinos necesitan señales claras de esperanza: espero que las autoridades políticas de ambos, con la ayuda de la comunidad internacional, puedan alcanzar la solución adecuada para los dos Estados. Que todos puedan decir: sí al diálogo, sí a la reconciliación, sí a la paz. Y recemos por ello: por el diálogo, la reconciliación y la paz».

Se trata de unas palabras que van muy en la tónica del Salmo 122: «desead la paz a Jerusalén, vivan seguros los que te aman,  haya paz, dentro de tus muros, en tus palacios seguridad». 

Después de más de un año de guerra cruel, en la que los bombardeos han sido el pan de cada día de tantas personas, y han causado tanto sufrimiento especialmente a los más débiles, es de justicia no sólo desear sino también exigir que por fin se llegue a un acuerdo. Una solución que piense en los más perjudicados de este conflicto. Aquellas personas que desean vivir en paz y los que lo han perdido todo. 

Ojalá que muy pronto «nuestros hermanos y compañeros» puedan volver a «decir la paz contigo». Ojalá que, como dice este mismo salmo, por la casa del Señor nuestro Dios podamos desearles todo bien. 

Que los hombres escuchen esa llamada a la convivencia y a la paz que les hace Dios. Y que aquellos que tienen responsabilidades puedan ejercerlas en bien de una paz duradera y estable.

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