El ayuntamiento de Getafe va a poner en marcha una ceremonia llamada «Carta Municipal de Ciudadanía del Niño y la Niña». Muchos se indignan. Otros lo toman a rechifla. Otros lo ven bien. A mí me aburre soberanamente el entramado de explicaciones, jerga ampulosa, justificaciones e ideología del que se adornan todas estas cosas. Pero no me parece mal que se haga algo así. No sé si al final esto tendrá mucho o poco recorrido, o si terminará como una ocurrencia con poco vuelo. Pero voy a explicar qué es lo que veo bien en la idea.

Primero, veo bien que no se les haya ocurrido llamarlo bautismo civil, aunque la prensa y mucha otra gente ya lo esté definiendo así –yo mismo he utilizado el titular para captar vuestra atención–. Al menos esta vez hay un poco más de imaginación que cuando se sugirió montar las primeras comuniones civiles. Digámoslo de una vez por todas: ¡No hay sacramentos civiles! El sacramento es algo religioso, para gente creyente que lo ve como una celebración abierta a la trascendencia. Veo muy bien que quien no comparte esa fe no haga el paripé de un bautizo solo por consideraciones sociales. Tiempo habrá para que un adulto no bautizado pueda plantearse la fe si llega el momento.

Pero, por otra parte, toda sociedad necesita sus rituales. Y sus formas de celebrar, de manera pública, algunos momentos de la vida. Un nacimiento, en la familia, no deja de ser uno de esos momentos especiales, que requieren cierta celebración. Es bonito presentar al recién nacido, comunicar públicamente su existencia –que eso es registrarlo, ya sea en un libro de familia, en un registro civil o en un acta de bautismo–, y compartir la alegría por esa nueva vida con tus seres queridos… Esto, hasta hace unas décadas, estaba identificado solo con el Bautismo, porque todo el mundo compartía, más o menos, una fe, al menos sociológica. Ahora no todo el mundo comparte dicha fe. Y si se quiere celebrar de otro modo, bienvenido sea.

Esto nos pone a los creyentes ante una encrucijada interesante. Podemos protestar, indignarnos o pensar con una nostalgia equivocada en otros momentos en los que todo el mundo se bautizaba. Y podemos ridiculizar –equivocadamente– el que quien no comparte la fe busque formas de celebrar lo que también en su vida es buena noticia. Pero también podemos ver el espacio que esto nos abre. Porque la fe sociológica tampoco es que haya contribuido a una sociedad perfecta, la verdad. Hoy vamos, cada vez más, a una fe libremente asumida, peleada y hasta contracultural. Pero una fe que ya no se puede vivir por inercia.

Un escenario en el que haya alternativas civiles, supondrá que la decisión de bautizar a un menor es una opción lúcida, consciente y llena de intención. Por eso me parece bien que la sociedad encuentre sus propios ritos de paso. Porque eso nos devolverá, a los creyentes, la posibilidad de que nuestros sacramentos sean, de verdad, signo consciente de otra Presencia que le da un sentido distinto a la vida.

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