¿A quién no le ha pasado? Un día te levantas tarde y tienes prisa porque ves que no llegas, estás todavía medio dormido o simplemente no hay muchas ganas de trabajar. Tienes que hacer la cama antes de salir de la habitación para no encontrártela deshecha cuando vuelvas. Mueves la cama, estiras las sábanas, metes por dentro la manta y ves que quedan arrugas. Ahora viene el problema, pues para que quedase bien habría que deshacer la cama y hacerla de nuevo. Pero no hay ni tiempo ni ganas. Así que procuras arreglarlo como se puede. Tiras de aquí, metes allí y estiras bien todo para que al poner la colcha encima el resultado sea perfecto. Terminada la operación vuelves a acercar la cama a la pared y sales de tu cuarto contento porque la chapuza no se nota nada.
El día pasa y la obra da el pego. Pero llega el momento de irse a la cama. Curiosamente, estos días suelen coincidir con jornadas agotadoras en las que parece que no llega la hora de acostarse. Por fin te metes dentro, deseando dormir y de golpe te encuentras con tu obra maestra. Hay una arruga que molesta, la sábana no llega, todo se deshace al mínimo movimiento… Tocaría levantarse y hacer la cama de nuevo, pero la mayoría de las veces uno pacta con el cansancio y asume que hay que dormir ahí dentro.
La cuestión está en que muchas veces en la vida ocurre lo mismo que al hacer la cama. Vamos con prisa a todas partes, pasamos por las cosas sin enterarnos demasiado o a veces simplemente no tenemos ganas de esforzarnos para hacer bien las cosas. Y el caso es que somos conscientes de que hay situaciones, momentos y sentimientos que van haciendo arrugas dentro de nosotros. Llevamos heridas abiertas, problemas sin resolver, pequeñas o grandes crisis, enfados, contratiempos, fracasos etc. Pero la mayoría de las veces preferimos taparlos con una colcha bien estirada antes que abordarlos de frente para solucionarlos.
Cuántas veces nos hacemos los duros cuando por dentro estamos rotos, o no queremos que ciertos pensamientos nos vengan porque nos van a hacer sufrir mucho. En ocasiones son lágrimas que se quedan dentro, conflictos que no se arreglan, abrazos que no se dan, ayuda que no se pide. Tantas cosas que llevamos bien escondidas debajo de una colcha muy estirada. Sin embargo, siempre llega un momento en el que volvemos cansados a casa, en el que notamos que no tenemos demasiadas defensas y solamente queremos meternos en la cama y dormir. Y allí de golpe nos topamos con que lo que estaba escondido bajo la carcasa empieza a molestar y nos hunde justo en el momento en el que peor estamos.
Por eso, antes de encontrarse con los efectos de la chapuza en el momento en el que uno se siente peor, quizá merezca la pena pararse y mirar hacia dentro de vez en cuando. Tal vez este Adviento pueda ser una ocasión para hacer bien la cama, descubriendo las arrugas, los lados que no llegan, y procurando arreglarlos de raíz. Y si vemos que no se puede, al menos asumir que están ahí y que pueden molestar de vez en cuando. Y sobre todo, no olvidar que aunque siempre habrá arrugas viejas y nuevas entre los pliegues de la vida, muchos días nos levantamos con tiempo, alegría y ganas, hacemos bien la cama y por la noche dormimos como troncos.