Hace ya algunas semanas estuve en Madrid viendo un espectáculo titulado Fundamentalmente fantasías para la resistencia, una parodia sobre la figura de Vladímir Putin que se estrenó, precisamente, cuando se cumplía un año del estallido de la guerra de Ucrania. La trama gira en torno a una troupe de actores ucranianos que, encerrados en un búnker a causa de la guerra, deciden hacer lo que mejor saben: interpretar. Y lo hacen ensayando un espectáculo improvisado al que ponen por título Pim Pam Putin, que da pie a tratar en clave humorística el drama de la guerra y figuras despóticas como la del presidente ruso. Quizás a alguno pueda parecerle una trama banal y de mal gusto, una frivolidad, un planteamiento inhumano, superficial y falto de sensibilidad si tenemos en cuenta que la guerra continúa, que los muertos ascienden, y que un conflicto bélico, se mire por donde se mire, es siempre una tragedia que impide la carcajada y oscurece la sonrisa. Tras ver la obra estoy convencido de que no hay en ella nada trivial; es más, creo que sirviéndose de la comedia el espectáculo plantea una pregunta extremadamente seria: ¿cómo poner fin a una espiral de muerte? ¿cómo salir de nuestros sepulcros?
A poco que seamos honestos con nosotros mismos reconoceremos que en nuestra vida hay zonas que huelen a muerto y podredumbre. Ese tufillo mortecino no proviene sólo de la pólvora en tiempos de guerra, sino también de relaciones familiares difíciles, de crisis en la pareja o en el trabajo, situaciones económicas asfixiantes o complejos personales no resueltos… Y es un olorcillo penetrante, sí, da igual cuál sea la magnitud del problema, que enseguida se nos cuela por las fosas nasales e impregna nuestra vida, lo mismo que cuando entramos en una churrería –da igual que estemos allí poco o mucho tiempo- salimos siempre con olor a frito. ¿Reconoces ese olor a muerto en tu vida? Yo por lo menos debo decir que sí. Lo peor de ello es la incertidumbre y la desesperación que ese hedor genera, porque uno no sabe verdaderamente cuándo dejará de oler a muerto o si alguna vez ese aroma desagradable desaparecerá. Ante nuestros sepulcros, la pregunta que inevitablemente nos hacemos es: ¿hasta cuándo estaré así atado de pies y manos? ¿cuándo se pondrá fin a todo esto? O, como ya hemos dicho, ¿cómo acabar con esta espiral de muerte en la que me encuentro? Con su Resurrección, Jesús nos da una respuesta: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá». Sólo Jesús, el Señor, es quien puede abrir nuestros sepulcros, orear nuestra vida y hacer que esa pestilencia desaparezca. Y la Pascua es tiempo de gracia para dejar que nuestra vida se impregne de un aroma distinto. En medio de las dificultades, Jesús nos grita con voz potente: «sal fuera», como hizo con Lázaro: una invitación a salir de nosotros mismos en tiempos de desolación, a renunciar a resolver nuestros problemas nosotros solos… El Resucitado tiene por oficio consolarnos. Y, en su caso, no se trata de palabras huecas o simplonas, porque Jesús sabe de lo que habla y por eso el consuelo que nos trae es verdadero y profundo. Él también sabe lo que es oler a muerto. Él mismo fue un cadáver en la cruz, y allí dijo: «Padre, me abandono a tus manos». No son palabras mágicas, pero son las únicas que permiten abrir poco a poco una rendija en nuestros sepulcros, romper con la espiral de muerte en que nos encontremos y, ya sea en tiempos de guerra (como en Ucrania) o de paz, hacer que nuestra vida huela a vida.