En estos días se ha viralizado la expresión: “All Eyes on Rafah”, para denunciar la última masacre cometida –y ya son unas cuántas– por el ejército de Israel sobre la población palestina. Sabemos todos que esta tragedia nace en el contexto de una operación bélica del Estado hebreo sobre la franja de Gaza y Cisjordania, como reacción a un ataque del grupo terrorista Hamas en territorio israelí. También sabemos sobradamente que el conflicto entre Israel y Palestina tiene una larga historia de muertes, asesinatos, venganza, y terror que dura demasiado.
La guerra se puede definir como un enfrentamiento violento y armado entre grupos considerados enemigos entre sí. No voy a entrar en las causas políticas e históricas de la guerra en un territorio considerado sagrado por las tres religiones monoteístas – Judaísmo, Cristianismo e Islam–, pero si me gustaría señalar lo que considero la raíz más profunda de toda guerra, y especialmente de esta: el odio. Cuando el odio anida en el corazón de los hombres la voz de la conciencia, en cuyo fondo se manifiesta la presencia de Dios, es silenciada.
Muchas veces me pregunto si hemos llegado a un punto tal en el que el odio nos ha cegado hasta el punto de ignorar lo más básico que dicta nuestra conciencia práctica: “No matarás”. Un mandamiento consagrado como Ley de Dios en el Antiguo Testamento (Ex 20,13), y que hoy más que nunca exige ser respetado. Un precepto que Jesús no eliminó (Mt 5,22), sino que lo transformó, al precio de su propia sangre, en este otro: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-40).
Hoy la política se ha instalado en la lógica contraria a la del amor, y asusta la falta de escrúpulos de algunos políticos españoles que utilizan el tiempo electoral para solidarizarse con el primer ministro de Israel, o para sacar rédito de la llamada causa palestina. Ojalá que nuestros ojos clavados en Rafah no vean un motivo más para la venganza y odio, ni una mera estrategia política, sino una ocasión para despertar la misericordia, que es la forma cristiana del amor, por todas las víctimas inocentes del odio, sean del grupo que sean. Solo a partir de este cambio de mirada se podrá construir un camino hacia la paz.