Hace tres años, cuando los aires de desescalada ya empezaban a anunciarse, empezamos a ser conscientes de que la noticia que estábamos esperando, el final de la epidemia de Covid-19, no iba a llegar pronto. Pero aun así, sabíamos que nuestra sociedad ya había cambiado definitivamente y esperábamos para ver cómo nos encontraría el final del confinamiento, cómo sería eso de vivir distanciados.

Han pasado tres años y ya se ha declarado el final de la emergencia sanitaria mundial. Todavía vemos algunas mascarillas, pero cada vez menos. Ahora ya hablamos del coronavirus en pasado, contamos anécdotas, callamos algún dolor… y vemos sus efectos. El lema más repetido en aquellos días de 2020, «saldremos mejores», ha quedado también aparcado. Sería bueno ver cómo acabaron las muchas pancartas que afloraron en los balcones con mensajes de ánimo. Cuando nos vimos ante el abismo el optimismo nos llevó de la mano. Aquello tendría que acabar.

Y ahora que, de algún modo, podemos decir que se ha acabado, hay que preguntarse. ¿Salimos mejores? Hemos vivido un acontecimiento único como sociedad. Nuestras estructuras, nuestros sistemas, se han visto puestos al límite. Nuestras relaciones han soportado, o no, las tensiones de la distancia y del encierro. Nuestra salud mental ha sido puesta a prueba con decenas de sentimientos y emociones distintas, las mejores y las peores.

Que el final de la pandemia no nos pille despistados. Ojalá personalmente podamos revisitar estos tres años. El confinamiento, la desescalada, la nueva normalidad, las olas, los toques de queda, las vacunas, la vida con mascarilla, los tímidos intentos de relajar las medidas, el fin de la mascarilla… Y todo el ruido político, mediático, conspiranoico. También el esfuerzo común que ha ido más allá siempre.

Es una pregunta individual, claro, ¿salgo mejor? Pero también para que cada uno nos la hagamos con la mirada puesta en la sociedad, ¿salimos mejores?

 

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