Aforo limitado a 80, 300 o 500 personas. Hace años se escuchaba mucho, sobre todo en las fiestas de Nochevieja. Aunque este aviso no se refiere solo a discotecas, sino que también lo podemos leer en la entrada de piscinas, campos de fútbol o medios de transporte. Sin embargo, y no por afincarme en la tragedia, no se suele hablar de ello si no ha ocurrido algún accidente múltiple por haberlo sobrepasado.

Te voy a hacer una confidencia, a veces creo que necesitaría conseguir una plaquita de esas y ponérmela en la frente. Y no es un brote de bordería. Creo que en ocasiones necesito un aforo limitado de gentes a mi persona, aunque aún no tengo decidido en cuántas situarlo, porque depende mucho de la realidad que acompañe a su historia.

No pienses que es una chorrada. ¿A ti no te ha pasado que tengas un momento en el que la densidad de la vida sea tal que necesitas sólo callar y procesar? a mí me sucede, a veces demasiado a menudo, y en ese momento me pondría un cartel de ‘completo’, como en los parkings, y que el próximo que llegase, que se esperara a la luz verde.

Pero justo estos días hemos celebrado la fiesta del AFORO ILIMITADO, ¡la cantidad de personajes que se han ido acercando a ese Niño en Belén! Y no me refiero solo a los pastores, la corte celestial, y los Magos con todo su séquito de reyes venidos de Oriente. Yo he visto muchas personas que se acercaban a adorar, y solo en el pequeño rinconcito en el que vivo… imagino que multitud de gentes de todas las edades y en todos los lugares, han ido acercándose al portal… ¡y había sitio para cada uno!

Entonces me doy cuenta de que se acaba, vuelvo a pensar en el ritmo cotidiano, sin villancicos ni sobredosis de dulces, y en las personas que habitan sus horas, las esperadas, y las que irán llegando, y deseo (sin que suene a ‘des’propósito de primero de año), ser portal en mi día a día, habitada por el Dios de la Vida, y por ello, lugar de acogida para otros, con aforo ilimitado.

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