Adviento es ponerse en camino con quien un día vio salir esa misma estrella en el Oriente.
Es compartir, intuir, desesperar y avanzar, desafiando a esa niebla espesa y a esas nubes negras que se ciernen sobre todo.
Es seguir caminando, adentrado en la oscuridad, siendo a veces farol de quien duda y otras dejando que sea él quien ilumine tu camino.
Es avanzar entre las ruinas de un pasado tan glorioso y anhelado como mitificado, hacia un futuro tan verdadero como dudado.
Es detenerse a abrevar en aquellos lugares que son fuentes para el alma cansada, y sentir allí el apoyo de quienes bebieron y se regeneraron antes en esas aguas.
Es seguir avanzando, soltando el lastre que anida en el alma y roba la fuerza a la esperanza.
Es asumir que el camino no acaba y que el anhelado destino no llega, pero también constatar que, en la negrura, la estrella sigue brillando porque la tiniebla no puede apagarla.
Adviento es en definitiva un camino en el que, al desempolvar una palabra y dejarla latir, se vuelve a escuchar un nombre que es promesa: Emmanuel.