Qué difícil es dejar marchar,
abrir uno a uno los dedos
de nuestras manos agarrotadas,
en el filo de un abismo vital.
Asumir que ya todo será distinto,
que tocará amar en la distancia,
que habrá que echar de menos,
y que la vida duele de verdad.
Pero es más triste atrapar,
apropiarse de lo que solo a Dios pertenece,
obligarnos a que todo siga igual,
hacer de nuestra vida una cárcel,
enmudeciendo así el canto de libertad.



