Cuando la realidad nos lleva como a lomos de un caballo desbocado, no tenemos tiempo para nada, y sólo percibimos el ruido de la realidad. Hay prisa, agobio, objetivos no cumplidos, ansia de cumplir con las listas infinitas de tareas. Pero nada nos satisface. Siempre hay que hacer más, nunca es suficiente porque, a menudo, mi mirada se fija más en lo que falta, en los límites.

La búsqueda de Dios parte de la capacidad de pararse. De entender que, con perspectiva y calma, ese aparente ruido del que podemos huir se transforma en  una suave música que pacifica tu alma. Entonces los molinos de viento dejan de ser enemigos por todas partes y son paisajes con su belleza que desean ser contemplados. Todo lo que aparece como amenaza es percibido como oportunidad. Ese es el “milagro” de la vida del Espíritu.

Esa suave música que emerge cuando el ruido desaparece tiene sus disonancias: porque aparece la persona necesitada, la mirada triste de mi amigo, o la necesidad de acompañamiento de un familiar al que hace tiempo que no digo nada. Quizás, esa suave música que emerge del no-silencio apunta a vencer al autocentramiento de unas vidas centradas en escuchas voces que no sacian.

Esa escucha es posible, también porque nos rodea mucha gente que lo hace posible en su vida. Pongámonos a la escucha: es posible.  Esa es la música que debe ser escuchada.

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