En Zamora, este año, Las Edades del Hombre lleva un título que es casi una oración: “Esperanza”. No hay palabra más necesaria ni más comprometida. En tiempos donde tantas cosas se tambalean —la confianza, la convivencia, la fe—, esta nueva edición nos invita a mirar hacia adelante sin ingenuidad, pero con luz. La exposición recorre, a través del arte, ese camino que va de la herida a la promesa: el dolor que no se niega, la fe que no se apaga, la belleza que sigue hablándonos incluso en los días grises. Entre las piedras románicas de la Catedral, San Cipriano y el Carmen de San Isidoro, Las Edades se convierten en un itinerario espiritual: un espacio donde los ojos descansan, la mente se ensancha y el corazón, poco a poco, se abre.
Vale la pena viajar a Zamora no solo por lo que se ve, sino por lo que se siente. Porque aquí el arte no se exhibe, se comparte; y la fe no se impone, se contagia. “Esperanza” es, al fin y al cabo, una llamada a creer que todavía hay belleza en lo frágil, que todavía hay sentido en seguir confiando. En medio del ruido y la prisa, esta edición ofrece el regalo del tiempo lento: contemplar, agradecer, esperar. Y uno sale con la sensación de que la esperanza —esa palabra tan pequeña y tan grande— sigue siendo posible, también hoy.




