Hay momentos del año que huelen a estreno. Empieza el curso y con él llegan las agendas abiertas, los calendarios por llenar, los sueños y los propósitos que queremos cuidar. Es tiempo de revisar lo vivido y de aprender de ello; de poner nombre a lo que funcionó, a lo que no, y a lo que aún está por descubrir. Como en el Examen ignaciano: parar, mirar, agradecer y discernir. No para quedarnos anclados, sino para crecer. En medio de estas planificaciones hay fechas que son casi intocables. El calendario festivo marca Navidad, Semana Santa, mayo el mes de María—rézale una salve al día—. Son momentos que nos invitan a preparar dinámicas, celebraciones, actividades… no solo para los alumnos, sino para todos, porque todos necesitamos crecer en aquello que celebramos.
Sin embargo, también están esas otras fechas que van poco a poco poblando el calendario. El día internacional de, las jornadas temáticas dedicadas a, etc. No son malas propuestas ¡Dios me libre!, pero creo que pueden tener el peligro de que eclipsen y desdibujen nuestro propio calendario cristiano. Por eso, uno se pregunta si, en los colegios católicos, no sería más coherente volver la mirada a nuestras propias raíces: a los santos, a las fiestas que ya el calendario nos regala, a la memoria de quienes vivieron el Evangelio con radicalidad. Al fin y al cabo, ¿hay algo más universal que el catolicismo? ¿En qué momento relegamos a los patronos y a los santos para quedarnos con un calendario más tibio y deslavazado?
Los sociólogos nos alertan de que los jóvenes actuales viven una gran carencia de referentes. Y no es de extrañar: a veces los adultos andamos tan perdidos que no somos el mejor espejo. Quizá por eso tiene tanto sentido volver a proponer a quienes han caminado antes que nosotros y han dejado huella: santos, santas, testigos, hombres y mujeres que se dejaron transformar por Dios. Recordar que septiembre es de los ángeles, octubre del Rosario, noviembre de los difuntos y de los santos… Dejar que, como Santo Tomás de Aquino, se nos regale sabiduría para leer los signos de los tiempos y volver a descubrir la actualidad de nuestros referentes.
Al final, la invitación es esta: no llenar el calendario de cosas… sino dejar que el calendario te llene. Que te recuerde a quién sigues, dónde pones la vida y quién te inspira.