La obra Un mundo, que Ángeles Santos pintó con apenas dieciocho años, es un lienzo que desborda intuición y misterio. En él aparece un planeta extraño y vibrante, lleno de figuras humanas, casas, montañas y danzas, como si todo el universo cupiera en una esfera suspendida. El cuadro transmite a la vez grandeza y fragilidad: un mundo demasiado inmenso y demasiado frágil, en el que, sin embargo, cada vida cuenta y cada gesto tiene un lugar.
Un mundo se convierte en invitación a la contemplación. No estamos ante un mapa geográfico, sino ante una visión vital: la experiencia de habitar un cosmos que nos sobrepasa y, a la vez, nos sostiene. El salmo dice que “los cielos narran la gloria de Dios”; Ángeles Santos lo pinta recordándonos que somos parte de esa danza mayor, habitantes de una creación desbordante en la que late una Presencia que da sentido a todo.




