Los inicios de curso suelen ser para muchos de nosotros una vuelta a la rutina y arrancar con nuevos proyectos y sueños, frutos -muchos de ellos- de las experiencias extraordinarias vividas durante las vacaciones. Algunos hemos estado, ya sea como monitor, espiritual o participante, en campamentos, peregrinaciones, ejercicios espirituales, campos de trabajo, voluntariados,…

Dentro del siglo XXI, aunque estemos en una «crisis», seguimos siendo consumistas. Consumimos puede que no tanto en centros comerciales, pero sí consumimos relaciones sociales, comunicaciones, información, experiencias,…y vamos marcando en nuestro curriculum personal de fe distintas experiencias. «Ya hice una peregrinación, este año me toca hacer un campo de trabajo» o «Este año me toca un viaje al extranjero» o “este año me toca…”

Creo que lo que de verdad «nos toca» este curso es la experiencia del parar. Sentir y gustar todo lo vivido en tantas experiencias.

¿Por qué no acompañarme con alguien que me ayude a ver qué es lo que Dios ha hecho en mi?

¿Cómo vivir la experiencia de lo ordinario y cotidiano sin dejar mi fe SOLO para el verano?

¿Qué me puede venir bien para vivir en profundidad mi fe?

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