Septiembre, y sí, para muchos es la vuelta –tan odiada en algunos momentos y tan anhelada en otras ocasiones–.
Esta nueva normalidad puede crearnos nuevas obligaciones, proyectos y objetivos ambiciosos que nos invitan a creer en un futuro más ilusionante.
Sin embargo, es ahora cuando decidimos si queremos hacer del nuevo inicio de curso una tarea farragosa o lo hacemos una nueva oportunidad para dar el máximo de cada uno de nosotros y entregarlo a los demás.
No debemos caer en una monotonía que nos permita dejar pasar los días sin ningún sentido, sino que debemos preguntarnos el porqué, el para qué o para quién, de lo que estamos haciendo.
Y a partir de ahí, hacer que cada día sea una nueva oportunidad, y que, pese a no ser un día con grandes novedades, seamos capaces de ver que Dios se ha colado en nuestra rutina, incluso en lo más cotidiano. Pues Dios debe actuar como un faro, como un guía en nuestro camino que nos conduce al puerto al que Él quiere que lleguemos.
Por ello, este nuevo curso puede ser una nueva oportunidad para pedir al Señor que nos guíe en el camino y nos dé las ganas de vivir necesarias para hacer de este inicio de curso, una nueva oportunidad de vivir junto a Él y poder transmitir a todos la alegría de nuestras vidas.