Sólo hay una manera de atravesar un desierto. Sólo una. Al adentrarse en él pronto sobreviene la sed. El calor se torna insoportable y las piernas pesan toneladas entre la arena. Comienzan las dudas y uno cambiaría de dirección buscando un atajo, una salida rápida. Pero si das la vuelta, si cambias de dirección, esa tentación vendrá una y otra vez. Acabarás dando vueltas sobre ti sin salir de ese mar de arena y dunas.

Sólo hay una manera de atravesar un desierto y es mantener la dirección que uno traía determinada al inicio. Lo importante entonces es saber resistir, es ser fiel al rumbo primero, cuando el calor derrite las convicciones que te hicieron entrar en ese lugar duro y difícil.

Nuestra vida tiene mucho de desierto: una relación de pareja, una vocación, un voluntariado o una carrera. Son experiencias que pueden tornarse monótonas, áridas, en las que uno cambiaría de dirección buscando la promesa de un aire más fresco. Pero sólo llega hasta el final quien sabe apretar los dientes y mirar al frente, quien se mantiene fiel a la palabra dada, quien da valor a su compromiso en la alegría y la duda.

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