Porque siempre vuelves. También cuando más desmoralizado estoy, o quizás entonces especialmente. Y no me dejas refugiarme en la rendición. Me sigues llamando. Por mi nombre, conociendo cómo soy. Me susurras: «Echa las redes». Redes donde puedan agarrarse quienes no tienen otro apoyo. Redes de encuentro y de cariño, de acogida y aliento. Redes hechas de brazos entrelazados y el verbo «amar» conjugado en todas las lenguas y tiempos. Señor, aquí estás. Y vuelve la alegría. Porque así son tus cosas, Señor. Que lo que somos florece cuando Tú lo tocas. Que las redes somos nosotros mismos… soy yo. Y nací para vivirte, y por eso cuando te vivo florezco, cuando te sigo camino más ligero, cuando te oigo vibro y cuando te veo me invade la dicha, cuando te comprendo un poco me siento más hermano, más amigo, más humano con tantos otros… Señor Jesús, caminante de pasos y proyectos eternos, Gracias.
¿Cuáles pueden ser las redes que estoy llamado a echar?
¿A qué me invita Dios en mi vida?
Echa las redes
(fragmento II)
Y una tarde Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del viejo cofre
las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón,
levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!
José Luis Martín Descalzo